Del 13 de marzo al 13 de abril de 2015.
La importante muestra fotográfica recogió las obras realizadas por un hombre sencillo pero inquieto, que debiendo abandonar forzosamente su país, terminó encontrando en España la paz y el sosiego que otros territorios no le habían proporcionado. Y que en poco tiempo, se convertiría en paradigma del arte fotográfico llevado a las más altas cotas de calidad y expresión documental y artística, con reconocimiento sobrado tanto dentro de nuestro país como fuera de él.
Su nombre –que ocupa ya por derecho propio el primer puesto en la catalogación de autores de la esfera de la técnica fotográfica en la segunda mitad del siglo XX– es Nicolás Muller.
Muller se acercó de puntillas –en un lejano año de 1950– a nuestra Semana Santa para inmortalizarla como nunca nadie lo hubiera hecho, dejándonos realidades impresas que constituyen el corpus más relevante de las colecciones que existen en torno a esa gran Celebración pasional que son los días de grandiosos pasos procesionales en nuestras calles, de cofradías inundando la realidad urbanística de Cuenca, de aromas a incienso y cera derretida, de miradas de respeto, emoción y admiración en cuantos contemplan el paso de los cortejos, de marchas fúnebres que inundan nuestro espíritu para acercarnos un poco más a la realidad espiritual del católico, de emociones tan íntimas y personales que hacen de nosotros lo que somos, nazarenos de Cuenca desde la cuna. Título cuyo valor y enjundia solo puede interiorizar un conquense. Afortunadamente, Ana Muller, hija del fotógrafo húngaro, incansable luchadora en recuperar la memoria del trabajo de su padre, nos brindó desde un primer momento, la oportunidad de hacer realidad el sueño de recuperar los negativos de las fotografías que este hiciera hace ahora sesenta y cinco años, en el mismo ecuador del pasado siglo XX.
Tras viajar en diversas ocasiones a Madrid, y tras mantener diferentes encuentros con Ana Muller en el estudio de su padre -en pleno corazón de la calle Serrano- nuestra gentil anfitriona localizaba un ajado álbum de contactos fotográficos que en su día fuera montado por Muller con la colaboración de Federico Muelas. El tesoro existía, y ahora por fin, lo teníamos ante nosotros. El primer escollo había sido superado, pero era necesario localizar los negativos y proceder a su reproducción a gran formato. Días más tarde, Ana Muller –que ha seguido los pasos de su padre como fotógrafa profesional de éxito- nos comunicaba la esperada noticia: Las viejas placas fotográficas, obraban ya en su poder tras haber rastreado minuciosamente el amplio archivo del fotógrafo.
Semanas más tarde, y siguiendo sus valiosas indicaciones, los negativos son sometidos a un tedioso trabajo de restauración y ampliación en el prestigioso laboratorio del fotógrafo Juan Manuel Castro Prieto. Transcurridos algunos meses, el trabajo estaba concluido, y durante un mes, puedo ser contemplado por toda la comunidad nazarena.